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lunes, 14 de abril de 2014

En el corazón de cada Carrie, vive siempre un Mr Big

Cualquier soltera en Manhattan sale a la calle enfundada en las mejores creaciones de la alta costura, pasea y dirige a otras como ella palabras de afecto, tengan o no una estrecha relación. Se hacen cumplidos e invitan a eventos, con esa sonrisa en la cara que respeta todas las leyes de la hipocresía.
Quien ya hizo méritos cuenta también con la suerte de repartir los innumerables ceros de sus tarjetas de crédito entre negocios de muy diversa índole, comenzando por los rincones de la quinta avenida y terminando por la cúspide de la excelencia hostelera.
Por la noche, Cosmopolitan en mano y sobre la aguja más alta que encontraron en Manolo Blahnik, trepan hasta la cima de la élite en busca de un supuesto esporádico romance. Quien dice supuesto, dice improbable; quien dice romance, dice catástrofe. En un intento desesperado por moverse entre los mejores vínculos neoyorquinos, acaban siendo presa de algún tiburón de Wall Street por el que vetaron su cama a otros extraños, por el que se apartaron temporalmente de sus amistades y por el que abandonaron su culto a la diosa independencia.

Y es así como, al tiempo que el humo de sus cigarros se esfuma en el aire a medianoche, también lo hace su envidiable suerte. Condenadas a presumir de las bondades de la autosuficiencia, no acaban de reconocer que están sujetas indefinidamente a la tiranía del amor sin correspondencia.

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