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jueves, 8 de enero de 2015

Que navegues siempre hacia mar abierto

-Estaba dibujándote. He cogido las tonalidades más oscuras de mi paleta de recuerdos y he comenzado a diseñar una puerta. Una gran, triste y hermética puerta. Ahora se están forjando una red de enredaderas férreas desde el suelo, y van trepando. Trepando y tapizando tu fachada, como una valla, como tu propia jaula que te encierra y aisla del mundo.
- ¿Por qué me ves como una puerta?
- ¿No te parece que de algún modo todos somos puertas? Una imagen que custodia una larga lista de variables que comprenden experiencias pasadas y expectativas futuras; que esconde una manera única e irrepetible de ser, unas preferencias, unas inquietudes, unas emociones, unas debilidades. Y es importante que ésta se mantenga abierta para darle la oportunidad a otras personas a entrar y conocer el conglomerado de cosas que guardamos. La actitud de uno mismo no es más que el preludio a lo que podremos encontrarnos dentro o, en tu caso, una clara señal de "prohibido el paso". Te has convertido en una piedra, en una sala con cámaras y rayos láser que vigila y carboniza todo lo que manifiesta su deseo de entrar. Eres de esas puertas de las que cuelga un cartel de "acceso restringido a personal autorizado", delante de la cual cada día desfilan cientos de personas inquietantes por descubrir su contenido. De esas que nunca se abren. A las que nunca nadie entra, de las que nunca nadie sale. ¿Qué es lo que escondes?
- ¿Qué iba a esconder?
- ¿De qué tienes miedo entonces? Encerrada entre tus paredes vas a perderte una vida entera y créeme que desde detrás del cristal de tu mirilla se definen perspectivas inciertas. Merece la pena aventurarse, merece la pena correr el riesgo. No siempre se gana, pero tampoco uno tiene todas las de perder. Mi mejor consejo es que navegues siempre hacia mar abierto y si alguna vez te pierdes, entonces sí, mira dentro.