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miércoles, 28 de mayo de 2014

Parte di me


Guardaba en el fondo del mítico cajón de cosas importantes muchas ganas de sentirte cerca, hacerte partícipe de mis vivencias, preguntarte y oír tu eco en las preguntas; responderte y devolverme al tiempo tus respuestas.
Guardaba fuerza, de la que solía tirar cuando las cosas se ponían difíciles, que me empujaba a proponerte dar un paseo o tomar un café y aliviarnos al ver que, sin mucho esfuerzo, las tensiones se disolvían en las vueltas de cuchara.
Guardaba tantísimos planes... Pensaba en viajar de tu mano, aprender de las experiencias, reírnos de los errores y las anécdotas del pasado. Recordarnos con frecuencia que nos hemos visto crecer juntos y que hoy, mirándonos frente a frente, seguimos viéndonos como los niños que no hace tanto tiempo no compartían más que las horas de clase.
Guardaba velas de cumpleaños, botellas vacías de sensaciones etílicas prematuras, instantáneas del momento menos oportuno, la entrada de nuestra primera fiesta... Guardaba la ilusión de poder verte cada mañana, llamarte por la tarde y pensar en la noche que a pocas horas volvería a estar contigo.

Guardaba palabras que aún me anudan la garganta al escucharlas; enfados incluso, que no llegaban a las horas de vida... Y el cariño más inmenso que por nadie había sentido jamás. Por eso, trato de revolver cada día todo esto para recordarte y no olvidarte nunca. Que quererte es una de las piedras que sustentan mi existencia, y comprende que me parta en dos que ya no seas capaz de quererme tu a mi. 
Ahora, imito tus pasos y tomo en mis manos la llave que cierra el cajón, para dar por terminado lo que un día juré que sería infinito. 



lunes, 5 de mayo de 2014

Eutanasia

Él juró como otros tantos que no llegaría nunca a compartir con nadie aquel órgano que fríamente hacía por latir bajo su pecho, hasta que un día tropezó con quien sería la mejor confidente de sus más profundas sensaciones.
Quizá fue su dulzura lo que le sedujo, quizá el misterio que la envolvía que no supo más que suplicar su presencia tan pronto como tenía oportunidad.
Tumbado en la cama, él cerraba los ojos y se dejaba querer envuelto en sus encantos, rodeado por sus brazos que transmitían una paz y serenidad que bien hubiera apostado estar imaginando. La quería, y la quería tanto que le rogaba que no se separase ni un segundo de él.
Sabía que no había morfina que le hiciera alcanzar ese estado nirvánico del que nunca escaparía voluntariamente y, por eso, día tras día, noche tras noche como lobo que aulla a la luna, lloraba sus deseos de escaparse con ella y volar prendido de unas alas que batían hacia lo que sin duda sería para él un lugar mejor.
Como siempre sucede en estos casos después de haberle engatusado, llegó el día en que ella, la Muerte, se desprendió  de su belleza y tomándolo de las manos trató de acunarlo como quien apacigua los llantos de un bebé, arrastrándole con ella a vivir por siempre en el sueño eterno.