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viernes, 14 de febrero de 2014

El pseudomito de Emma y León

Resultó que a Emma, mujer moderna y resentida por la triste vida en la que su padre le había encauzado, el destino aún le reservaba su mejor carta. Nunca hubiera imaginado el día que puso por primera vez un pie en Yonville la cantidad de sorpresas que ese pueblecito, sin atractivo aparente, tenía preparadas para ella.
Mataba el tiempo leyendo libros, y casi nunca estos hablaban de doncellas y príncipes apuestos, pues bien sabía la banalidad de refugiarse en fantasiosas historias que muy lejos andan de asemejarse a la realidad. Día tras día, llegada la hora, se dirigía a la ventana del cuarto para descorrer la cortina. Como un reloj, a las ocho en punto León bajaba del carruaje recién llegado de la ciudad donde ejercía habitualmente su profesión.
Y durante cuántos y cuántos días en pie junto al cristal, Emma habría aguardado como ama de casa recibe a su esposo a la hora de la cena, esperando que en algún momento, éste se tornase sobre sus tobillos y le dedicase una mirada con esos ojos azules que ella tanto amaba.
León por su parte, trataba de averiguar cuándo reuniría el valor de enfrentarse a los sentimientos clandestinos que hacían imposible descartar la imagen de Emma en su cabeza.

Así fue pasando poco a poco el tiempo, queriéndose en silencio y sin ni siquiera imaginar la reciprocidad de aquel afecto. Hasta que, presa de la cobardía como todos nosotros lo somos, pusieron tierra de por medio como solución más evidente para lograr el olvido.

-Mme Bovary XIX-


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