A menudo me volvía a contemplar su espalda, como una hilera de cerros diminutos que descienden río abajo por la cascada de sus vértebras. Y las dunas de sus costillas, abrazando los perfiles de su dorso, subiendo y bajando al ritmo de sus inspiraciones. Dormida era realmente hermosa... Y más no puedo decir que fascinado me trasladaba a otro mundo si en la pista de baile movía hasta romper el encaje de sus caderas, agitando de uno a otro lado suavemente los brazos, sin saber que al instante se centraban en ella todas las miradas.
Bajo la cúpula estrellada, fingía descansar cerrando sus ojos mientras con mis dedos, yo dibujaba su cuello y el desierto de su abdómen. Su pecho se mecía como las olas en el mar cuando refresca y cae la noche; mostrando el lado más tierno de su inocencia.
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