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domingo, 19 de enero de 2014

Llaman fortuna a la suerte, porque desconocen lo que es tenerles a tu lado.


Podría dar no miles, millones de motivos por los que la distancia, esquivado y temido concepto, tiene también sus cosas buenas. Dicho así, puede dar la sensación de que estas líneas no sean sino una forma de auto-convencerme de que, sola en la capital, sobreviviendo entre edificios que triplican la estatura de aquellos de la ciudad de la que procedo, no tengo miedo de que cambie el rumbo de la vida que he llevado hasta el momento.
Y en cierto modo, es verdad.
Convivir con la idea de que aquellos que me aprecian y aprecio andan muy lejos de entender el cúmulo de sentimientos que almaceno día a día, no es lo fácil que imaginaba cuando me embarqué en el viaje de estudiar fuera de casa. Más me gustaría que hubieran venido conmigo en la maleta los constantes e insoportables gritos de mis hermanos, las horas (y horas) al teléfono con mis amigas con el consecuente comentario pa/maternal de <<te pasas el día entero hablando>> ,  las reuniones con los de siempre… e incluso el frío helador castellano, que parece que aquí vivo en una eterna primavera.
Veo gente tropezarse e incluso caerse cómicamente, e imagino al tiempo una risa a mi lado; gente que se mueve de un lado para otro en patines y ninguno se detiene un momento a darme un abrazo; artistas con cámara en mano dedicados a enfocar detalles que otros no vemos; balones de basket, palos de hockey, bretones y pequeños felinos, alusiones a psicólogos, ¿y con quién lo comparto si no las tengo conmigo?
Pero, como empezaba diciendo, la distancia tiene también su parte positiva gracias a la cual he redactado hasta la última palabra de esta reflexión, y no es otra cosa que aprender a valorar lo que uno tiene. Así de sencillo, hasta el momento era tan normal y rutinario todo lo que cuento que no había motivo para detenerse, pensarlo y disfrutarlo.

Y ahora… 







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